1.
INTRODUCCIÓN
Antropología,
estudio de los seres humanos desde una perspectiva biológica, social y
humanista. La antropología se divide en dos grandes campos: la antropología
física, que trata de la evolución biológica y la adaptación fisiológica de los
seres humanos, y la antropología social o cultural, que se ocupa de las formas
en que las personas viven en sociedad, es decir, las formas de evolución de su
lengua, cultura y costumbres.
La
antropología es fundamentalmente multicultural. Los primeros estudios
antropológicos analizaban pueblos y culturas no occidentales, pero su labor
actual se centra, en gran medida, en las modernas culturas occidentales (las
aglomeraciones urbanas y la sociedad industrial). Los antropólogos consideran
primordial realizar trabajos de campo y dan especial importancia a las
experiencias de primera mano, participando en las actividades, costumbres y
tradiciones de la sociedad a estudiar.
2. HISTORIA
Desde
tiempos remotos, viajeros, historiadores y eruditos han estudiado y escrito
sobre culturas de pueblos lejanos. El historiador griego Herodoto describió las
culturas de varios pueblos del espacio geográfico conocido en su tiempo;
interrogó a los informantes clave, observó y analizó sus formas de vida —al
igual que los antropólogos modernos—, e informó sobre las diferencias
existentes entre ellas, en aspectos tan importantes como la organización
familiar y las prácticas religiosas. Mucho más tarde, el historiador romano
Tácito, en su libro Germania (hacia el 98 d.C.), reseñó el carácter, las costumbres
y la distribución geográfica de los pueblos germánicos.
En
el siglo XIII, el aventurero italiano Marco Polo viajó a través de China y
otras zonas de Asia, aportando con sus escritos una información muy amplia
sobre los pueblos y costumbres del Lejano Oriente.
Durante
el siglo XV se exploraron nuevos campos de conocimiento debido al
descubrimiento por los exploradores europeos de los diferentes pueblos y
culturas del Nuevo Mundo, África, el sur de Asia y los Mares del Sur, que dio
como resultado la introducción de ideas revolucionarias acerca de la historia
cultural y biológica de la humanidad.
A
lo largo del siglo XVIII, los estudiosos de la Ilustración francesa, como Anne
Robert Jacques Turgot y Jean Antoine Condorcet, comenzaron a elaborar teorías
sobre la evolución y el desarrollo de la civilización humana desde sus albores.
Estos planteamientos antropológicos y filosóficos chocaban con el relato
bíblico de la creación y con los dogmas teológicos que afirmaban que
determinadas culturas y pueblos no occidentales habían caído en desgracia
divina y, por ello, habían degenerado hacia una situación denominada
peyorativamente ‘primitiva’.
El
hallazgo de un fósil en Neandertal (Alemania) en 1856 y los restos del hombre
de Java (Homo erectus) en la década de 1890, proporcionaron pruebas
irrefutables del larguísimo proceso de evolución del hombre. En la abadía
Boucher de Perthes (véase Jacques Boucher), en las proximidades de París, se
descubrieron también diversos utensilios de piedra que corroboraron que el
proceso evolutivo de la prehistoria humana tal vez se remontara a cientos de
miles de años atrás. Desde un principio, la arqueología se convirtió en una
compañera inseparable de la emergente disciplina antropológica.
La
antropología surgió como campo diferenciado de estudio a mediados del siglo
pasado. En Estados Unidos, el fundador de dicha disciplina fue Lewis Henry
Morgan, quien investigó en profundidad la organización social de la
confederación iroquesa (véase Confederación iroquesa). Morgan elaboró en su
estudio La sociedad primitiva (1877) una teoría general de la evolución
cultural como progresión gradual desde el estado salvaje hasta la barbarie
(caracterizada por la simple domesticación de animales y plantas) y la
civilización (iniciada con la invención del abecedario). En Europa, su fundador
fue el erudito británico Edward Burnett Tylor, quien construyó una teoría sobre
la evolución del hombre que prestaba especial atención a los orígenes de la
religión. Tylor, Morgan y sus contemporáneos resaltaron la racionalidad de las
culturas humanas y argumentaron que en todas las civilizaciones la cultura
humana evoluciona hacia formas más complejas y desarrolladas.
A
mediados del siglo XIX se crearon, además, importantes fundaciones de
arqueología científica, sobre todo a cargo de arqueólogos daneses del Museo
Nacional de Antigüedades, Septentrionales en Copenhague. A partir de unas
excavaciones sistemáticas llegaron a descubrir la evolución de los utensilios y
herramientas durante la edad de piedra, la edad del bronce y la edad del
hierro. El fundador de la escuela funcionalista de antropología, Bronislaw
Malinowski, afirmaba que las organizaciones humanas debían ser examinadas en el
contexto de su cultura y fue uno de los primeros antropólogos en convivir con
los pueblos objeto de su estudio, los habitantes de las islas Trobriand, cuya
lengua y costumbres aprendió para comprender la totalidad de su cultura.
La
antropología aplicada nació en el siglo XIX con organizaciones como la Sociedad
Protectora de los Aborígenes (1837) y la Sociedad Etnológica de París (1838).
Estas instituciones se preocuparon por despertar en Europa una conciencia
contraria al tráfico de esclavos y a la matanza de pueblos indígenas americanos
y australianos.
3. ANTROPOLOGÍA FÍSICA
La
antropología física se ocupa principalmente de la evolución del hombre, la
biología humana y el estudio de otros primates, aplicando métodos de trabajo
utilizados en las ciencias naturales.
Evolución
del hombre
Una
de las ramas de la antropología física tiene como objetivo reconstruir la línea
evolutiva del hombre. En la década de 1960 los paleoantropólogos Louis Seymour
Bazett Leakey, su esposa Mary Douglas Leakey y su hijo Richard Erskine Leakey
encontraron una serie de fósiles en la garganta de Olduvai, África oriental,
que desencadenó una revisión profunda de la evolución biológica de los seres
humanos. Los restos fósiles desenterrados a finales de 1970 y 1980
proporcionaron después pruebas adicionales, en el sentido de que el género Homo
coexistió en África oriental con otras formas evolucionadas de hombre-simio
conocidas como australopitecinos hace más de 4 millones de años. Estos dos
homínidos son al parecer descendientes de un fósil etíope, el Australopithecus
afarensis, que tiene una antigüedad datada entre 3 y 3,7 millones de años —la
famosa Lucy, descubierta en 1974, es uno de los fósiles encontrados. Estos
antiguos antecesores del hombre tenían las piernas y el cuerpo adaptados para
caminar erguidos (véase Bipedación), lo cual dejaba sus manos libres para
manipular diversos utensilios. Más tarde, investigadores de la Universidad de
California descubrieron numerosos fósiles en la garganta de Olduvai, lo que
reforzó aún más la tesis de la irregularidad del proceso de evolución humana.
Este nuevo fósil tenía aproximadamente 1,8 millones de años de antigüedad,
presentaba huesos de los brazos y las piernas que confirmaban una locomoción
vertical relativamente evolucionada, pero su capacidad craneana reducida y
marcadas diferencias de estatura entre hombres y mujeres no diferían demasiado
de Lucy.
Algunos
utensilios de piedra sin tallar, hallados con ciertos fósiles de Homo en
yacimientos del este de África, demuestran que hace casi 3 millones de años ya
eran capaces de fabricar herramientas. Esta habilidad técnica contribuyó al
aparente éxito evolutivo del Homo habilis. En comparación con los
australopitecinos vegetarianos, los antecesores modernos de los seres humanos,
tipo Homo habilis, parecen haber evolucionado al incorporar la carne como parte
esencial de su dieta alimenticia, a juzgar por la disposición de los dientes y
la utilización de ciertas herramientas.
A
medida que han ido aumentando los descubrimientos de fósiles homínidos, al
parecer fue en África, y no en Asia, donde se produjo la primera hominización.
Los fósiles de Homo habilis apuntan hacia una criatura de unos 91 cm de
estatura, con una capacidad craneana de unos 600 cm3. Sin embargo, se han
hallado en África oriental restos de una especie mayor de Homo con capacidad
craneana superior a los 800 cm3, de unos 1,5 millones de años de antigüedad.
Este protohumano mayor, denominado generalmente Homo erectus, se extendió desde
África hacia Europa y Asia hace aproximadamente un millón de años, y desarrolló
una gama más completa de herramientas.
Los
restos más conocidos del Homo erectus son el célebre hombre de Java, que antes
se conocía técnicamente como Pithecanthropus, así como el igualmente famoso
hombre de Pekín, una colección de componentes de esqueletos hallados en
Zhoukoudian, cerca de Pekín (China), y que en principio recibió el nombre de
Sinanthropus pekinensis. Ambos son mucho más recientes que los yacimientos que
conforman el Homo habilis de África oriental, y se remontan a 750.000 y 300.000
años. Los fósiles del hombre de Pekín son especialmente interesantes, ya que el
tamaño del cerebro es incluso mayor que el de Java, con un promedio superior a
los 1.050 cm3, y cuyo cráneo y otros elementos óseos son ligeramente más
modernos. También se han hallado fósiles de Homo erectus en Europa y en África
junto a numerosos utensilios de piedra y otras herramientas, que prueban la
existencia de una sociedad de cazadores-recolectores muy básica. En
Zhoukoudian, los arqueólogos se encontraron con el testimonio más antiguo del
uso del fuego por el hombre, así como algunos indicios de canibalismo.
Hay
antropólogos que consideran como antepasados directos del hombre a los
ejemplares de Neandertal y a las docenas de fósiles emparentados; otros opinan
que sólo son una ramificación del Homo sapiens que se extinguió hace decenas de
miles de años. Se calcula que hace entre 100.000 y 35.000 años, los hombres de
Neandertal ya eran una población de cazadores-recolectores extendida por gran
parte de Europa y de Oriente Próximo; de constitución robusta y cejas espesas,
con capacidad craneana de unos 1.500 cm3, mayor que la de gran parte de los
Homo sapiens sapiens, especie a la que pertenecemos los seres humanos modernos.
Se han encontrado fósiles que algunos consideran intermedios entre los de
Neandertal y el Homo sapiens sapiens. Estos restos podrían ser la prueba del
cruce de los Neandertal con los antepasados directos del hombre, o simplemente
reflejan una multitud de variantes dentro de la misma población de Homo sapiens
(las tesis más modernas se inclinan hacia el primer supuesto). Desde las
últimas fases de los periodos glaciales, en Europa, África y otros muchos
lugares se han sucedido los hallazgos de un sinfín de restos fósiles que se
asemejan al hombre moderno.
En
el continente americano, sin embargo, ningún rastro humano tiene más de 15.000
años, y los únicos ejemplares óseos que cuentan algunos miles de años
pertenecen todos al Homo sapiens sapiens.
Biología
humana
Otra
de las ramas importantes de la antropología física la constituye el estudio de
los pueblos contemporáneos y de sus diferentes rasgos biológicos. Gran parte de
los estudios y discusiones de antaño se centraron en la identificación, número
y características de las razas principales. A medida que se fueron
desarrollando técnicas más perfectas para medir el color de la piel y los ojos,
la textura del cabello, el tipo sanguíneo, la capacidad craneana y demás
variables, la clasificación de las razas se hizo más compleja. Los teóricos
modernos mantienen que cualquier idea sobre las denominadas ‘razas puras’ o
arquetipos ancestrales es engañosa y errónea. Todos los seres humanos actuales
son Homo sapiens sapiens y descienden de los mismos orígenes universales y
complejos. Los rasgos genéticos siempre han variado con la geografía según la
respuesta biológica de su adaptación al entorno, pero en cada región la
herencia genética produce una gama de variedades tipo y combinaciones
intermedias. Por tanto, la asimilación de las personas a categorías según
posibles razas es más un planteamiento social y político que biológico. Los
calificativos ‘asiático’, ‘negro’, ‘hispano’ o ‘blanco’ obedecen a definiciones
sociales que conllevan una gran mezcla de características genéticas y
culturales.
Después
de que los antropólogos biológicos centraran su atención en los complejos
patrones de la genética humana, estudiaron la interacción de las adaptaciones
genéticas y las adaptaciones (no genéticas) fisiológicas y culturales, en
relación con la enfermedad, la desnutrición y la presión del entorno, así como
las grandes altitudes y los climas calurosos. Los médicos y antropólogos
especialistas en nutrición combinan los enfoques biológicos y genéticos con
datos culturales y sociales, ya sea para estudiar enfermedades como la
hipertensión y la diabetes o para investigar el crecimiento y el desarrollo en
diferentes condiciones de alimentación y salud.
El
médico estadounidense, galardonado con el Premio Nobel, Daniel Carleton
Gajdusek, adquirió especial renombre por su descubrimiento de que el kuru
(‘temblores’), enfermedad debilitante que sólo existe entre pueblos aislados de
las montañas de Nueva Guinea, estaba causada por un agente infeccioso lento
denominado prión (que consiguió aislar e identificar) transmitido a través de
la antropofagia (véase Canibalismo). Algunos antropólogos biológicos han
detectado los esquemas genéticos de otras enfermedades, como la anemia de
células falciformes, talasemia y diabetes.
Estudio
de los primates
Debido
a que los seres humanos son primates emparentados genéticamente con otros
simios y monos el estudio de la conducta, la dinámica de la población, los
hábitos alimenticios y otras cualidades de los mandriles, chimpancés, gorilas y
primates análogos, constituye una dimensión comparativa esencial de la
antropología. La etóloga británica Jane Goodall y sus colegas dedicaron años a
la observación de los chimpancés en una reserva del lago Tanganica (Tanzania) y
descubrieron que estos animales son capaces de usar útiles simples —sobre todo,
pequeños palos para conseguir termitas y hormigas— y lanzar de forma eficaz
piedras; en uno de los experimentos se observó a los chimpancés usando palos
gruesos para apalear a un leopardo disecado. Además se comunican entre sí tanto
vocal como físicamente. Estudios realizados acerca de los esquemas de comunicación
y de la vida en grupo de los simios y los monos, facilitan la comprensión del
pasado remoto del hombre.
4. ANTROPOLOGÍA
SOCIAL Y CULTURAL
Gran
parte de la investigación antropológica se basa en trabajos de campo llevados a
cabo con diferentes culturas. Entre 1900 y 1950, aproximadamente, estos
estudios estaban orientados a registrar cada uno de los diferentes estilos de
vida antes de que determinadas culturas no occidentales experimentaran la
influencia de los procesos de modernización y occidentalización. Los trabajos
de campo que describen la producción de alimentos, la organización social, la
religión, la vestimenta, la cultura material, el lenguaje y demás aspectos de
las diversas culturas, engloban lo que hoy se conoce por etnografía. El análisis
comparativo de estas descripciones etnográficas, que persigue generalizaciones
más amplias de los esquemas culturales, las dinámicas y los principios
universales, es el objeto de estudio de la etnología.
Durante
la segunda mitad del siglo XX, la etnología (que hoy se suele conocer como
antropología cultural) comenzó a relacionar su campo de estudio con el de la
antropología social, desarrollada por los científicos británicos y franceses.
En un breve periodo se debatió intensamente si la antropología debía ocuparse
del estudio de los sistemas sociales o del análisis comparativo de las
culturas. Sin embargo, pronto se llegó a la conclusión de que la investigación
de las formas de vida y de las culturas casi siempre están relacionadas, de
donde procede el nombre actual de antropología sociocultural.
Parentesco
y organización social Uno de los
descubrimientos importantes de la antropología del siglo XIX ha sido que las
relaciones de parentesco constituyen el núcleo principal de la organización
social en todas las sociedades. En muchas de ellas, los grupos sociales más
importantes comprenden clanes y linajes. Cuando la pertenencia a dichas
corporaciones de parentesco se asigna a las personas sólo por la línea
masculina, el sistema se denomina de descendencia patrilineal (véase
Patrilinaje). Antes del desarrollo del comercio y de la urbanización a gran
escala, muchos pueblos europeos estaban organizados desde el punto de vista
económico y político como grupos de filiación patrilineal.
Las
sociedades matrilineales, en las que el parentesco se transmite por línea
femenina (véase Matrilinaje), son menos comunes hoy día. Herodoto fue el primer
erudito en describir este tipo de sistema social, que detectó entre los
habitantes de Licia, en Asia Menor.
La
organización de parentesco bilateral, en la que se tiene en cuenta la parte
materna y la paterna, es la que predomina en las sociedades más sencillas de
cazadores-recolectores (tales como los pueblos san en el sur de África o los
inuit de las regiones ártica y subártica). El antropólogo británico Robert
Stephen Briffault defendió un concepto relacionado, el matriarcado, y afirmó
que este tipo de organización social se encontraba latente en gran parte de las
sociedades más primarias.
En
las sociedades basadas en el parentesco, los miembros de un linaje, clan o demás
grupos afines suelen ser descendientes de un antepasado común. Este concepto es
un factor unificador, pues dota a grandes masas de individuos de cierta
cohesión para afrontar actividades guerreras o rituales, lo que les hace
sentirse diferentes de sus vecinos y enemigos. Por ejemplo, entre las hordas
centroasiáticas que durante siglos atacaron a las sociedades europeas, o entre
los aztecas o mexicas del continente americano, la compleja organización
militar se sustentaba en el parentesco patrilineal.
La
evolución de los sistemas político-sociales
Las sociedades humanas que, en principio, se consideraron más simples
son los grupos de cazadores-recolectores, como los inuit, san, pigmeos y
aborígenes australianos. En estos pueblos se agrupa un pequeño número de
familias para formar bandas o grupos nómadas de 30 a 100 individuos,
relacionados por parentesco y asociados a un territorio concreto.
Los
grupos supervivientes de cazadores-recolectores (en zonas de África, India y
Filipinas) nos permiten conocer el estado de la organización social y cultural
de casi toda la experiencia histórica de la humanidad. Sus relaciones de
parentesco, ideas religiosas, métodos sanitarios y características culturales
no sólo ilustran las raíces culturales de la humanidad moderna, sino que se nos
presentan a escala reducida y resultan más fáciles de analizar. Las culturas de
cazadores-recolectores que aún perduran ponen de manifiesto las adaptaciones
que son necesarias para sobrevivir en entornos hostiles e inhóspitos.
Los
sistemas sociales y económicos de mayor complejidad no surgieron hasta que no
se presentaron las condiciones favorables que permitieron a las primeras
sociedades asentarse en comunidades estables y permanentes durante todo el año.
Se produjo entonces el avance crucial hacia la agricultura y la cría de
animales.
La
transición neolítica —es decir, los inicios de la aclimatación de los recursos
alimenticios— se produjo de forma independiente en el Oriente Próximo y en Asia
oriental hace unos 12.000 años, según las pruebas arqueológicas más recientes.
Con las grandes concentraciones de población y los asentamientos permanentes,
surgieron las organizaciones sociopolíticas que entrelazaban a diferentes
grupos locales. Los nuevos sistemas locales, que a menudo comprendían grupos de
individuos procedentes de comunidades aisladas, estaban unidos en la
celebración de ceremonias religiosas, en el intercambio de alimentos y en los
rasgos culturales.
Aunque
los grupos más pequeños carecían, en muchos casos, de un gobierno central, el
aumento de la población y de las fuentes de alimentos crearon la necesidad, y
la viabilidad, de la centralización política. Las jefaturas representan los
sistemas sociales a pequeña escala, en los que los alimentos y el acatamiento
político confluyen en un dirigente central, o jefe, que a su vez redistribuye
los alimentos y es respetado por los miembros de la comunidad.
El
auge de las naciones-estado
Los
orígenes de las naciones-estado han sido objeto de grandes controversias. En el
antiguo Oriente Próximo, por ejemplo, las primeras ciudades-estado aparecieron
cuando el aumento de la población provocó una mayor demanda de alimentos,
facilitada por el desarrollo de cultivos de regadío para atenderla. Esto motivó
la expansión de sistemas militares que protegieran dichos recursos. En otros
casos, la ubicación en rutas comerciales estratégicas —por ejemplo, Tombuctú en
la ruta sahariana del comercio de la sal— favoreció la centralización militar y
administrativa.
Los
estudios etnológicos y arqueológicos apoyan la tesis de que los estados o
reinos nacieron de forma ligeramente distinta en situaciones históricas y
ecológicas diferentes; sin embargo, presentan en casi todas partes los mismos
esquemas de desarrollo. En sus primeros momentos de existencia, los estados
manifiestan una tendencia universal a anexionar las regiones vecinas, para
explotarlas económicamente y someter a sus enemigos potenciales. En las
primeras civilizaciones urbanas —en el Oriente Próximo, Egipto, el norte de
India, el sureste de Asia, China, México y Perú— aparecieron pronto las
fortificaciones militares, por lo general acompañadas de templos y rituales
religiosos que manifestaban el auge y mayor poder del sacerdocio. Sin embargo,
la estratificación social, con una reducida minoría militar-religiosa y una
gran población subordinada de campesinos, fue consecuencia inevitable.
Desarrollo
de los sistemas religiosos
Los
sistemas religiosos de las sociedades cazadoras-recolectoras pueden ser muy
complejos en relación con el mundo sobrenatural, las fuerzas de la naturaleza y
el comportamiento de los espíritus y los dioses. Estas sociedades pequeñas,
relativamente igualitarias, suelen carecer de los recursos necesarios para
mantener una clase sacerdotal. Sin embargo, todos los grupos humanos, ya sean
grandes o pequeños, poseen en un momento determinado de su evolución algún tipo
de especialización similar a los chamanes o curanderos, hombres o mujeres de
quienes se cree mantienen contacto directo con los seres y fuerzas
sobrenaturales, y que reciben poderes especiales para solucionar problemas como
las enfermedades. El chamán es muchas veces la única persona con un papel
religioso especializado en este tipo de sociedades.
Por
ejemplo, en las sociedades pequeñas que practican la agricultura, los sistemas
religiosos comunales implican al pueblo en prácticas rituales complejas, y con
frecuencia se produce una rotación de las responsabilidades sacerdotales.
Cuando los grupos de parentesco constituyen los elementos principales de la
solidaridad social, las ceremonias religiosas tienen como centro la familia y
el parentesco.
El
auge de los sistemas sociales centralizados, con un sistema de clases
estratificado, casi siempre ha ido acompañado del desarrollo de los sistemas
religiosos que implicaban la existencia de sacerdotes dedicados únicamente a
las funciones religiosas, rituales para toda la población y una mayor tendencia
a legislar tanto en el plano moral como político. Estos sistemas religiosos
casi nunca eliminaban las prácticas del chamanismo individualizado (sobre todo
para curar las enfermedades).
Las
pruebas arqueológicas de las primeras ciudades-estado corroboran los estrechos
vínculos que existían entre los dirigentes religiosos y los dirigentes
comerciales y políticos, poniendo de relieve el aspecto conservador de la
religión. Por otro lado, los movimientos de reforma social radical han sido
religiosos y en las sociedades con niveles cambiantes de desarrollo tecnológico
aparecen con regularidad nuevas formas religiosas. Por tanto, la religión unas
veces está al servicio de la situación establecida y otras actúa como fuerza de
un cambio radical.
Evolución
de la cultura
Los
esquemas más bien simples de evolucionismo cultural propuestos durante el siglo
XIX han sido objeto de discusiones elaboradas y modificadas a la luz de los
nuevos datos arqueológicos y etnológicos. Destacados antropólogos de principios
del siglo XX, como el germano-estadounidense Franz Boas y el estadounidense
Alfred Louis Kroeber, adoptaron puntos de vista bastante antievolucionistas, ya
que mantenían que los procesos culturales y sociales han sido tan dispares en
todo el mundo que es difícil discernir algún proceso o tendencia general.
Existen
dos posturas radicalmente diferentes para explicar la evolución cultural. Los evolucionistas
del siglo pasado defendían que en las distintas sociedades se producen procesos
muy similares de desarrollo cultural debido a la unidad psíquica fundamental de
toda la humanidad. Así, los procesos paralelos hacia la estratificación social
y las minorías gobernantes se explican como efectos de las cualidades psíquicas
y mentales de los individuos. Claude Lévi-Strauss fue un defensor tardío de
este enfoque, sin hacer hincapié en el carácter evolucionista.
La
postura contraria encuentra la clave en las condiciones materiales de vida: en
las fuentes de energía, las tecnologías y los sistemas de producción de los
grupos humanos; además, resalta las influencias ambientales en el desarrollo de
los complejos sistemas culturales, ya que se han visto favorecidos por
determinadas características geográficas y climáticas. Por ejemplo, el Oriente
Próximo prehistórico era rico en animales de caza y plantas silvestres que
resultaron especialmente aptos para su domesticación y aclimatación.



No hay comentarios:
Publicar un comentario